Nietzsche, o para que sirve la idea de la igualdad


Me refiero a los articulos de Nicolás González Varela, "El joven Nietzsche o el instinto aristocrático como política" (Rebelión, 7.6.), Luis Roca Jusmet, "Nietzsche otra vez" (11.6., <http://www.rebelion.org/noticia.php?id=68699>) y Helios Ameal Miranda, "Nietzsche, tantas veces como haga falta" (12.6., <http://www.rebelion.org/noticia.php?id=68756>).

Tengo que mencionar que alemán es mi lengua y no puedo citar a Nietzsche de las traducciones al español, sino por traducción propia.

En primer lugar, me asombra el método de González Varela al referirse a una única obra de Nietzsche y, sin haberse ocupado de una manera muy detallada por su contenido, describir el tiempo y el país cuando y donde apareció, haciendo mención de Marx y Wagner, y después sacar conclusiones en contra de Nietzsche y de su entera obra. Yo creo que si queremos criticar los pensamientos de alguien tendríamos que ocuparnos con esos pensamientos y no alejarnos de ellos para comprobar su culpabilidad contra unos valores que el autor supuestamente estima. El método que González Varela emplea no es científico, hasta me atrevería a decir que es anticientífico e impone la ética sobre la ciencia. Tiene algo de investigación jurídica en el caso en donde se tiene que comprobar la culpabilidad del reo ante la ley. Quiero decir que mientras González Varela pretende defender la humanidad contra el totalitarismo, a la vez actúa como agente de poder estatal en el campo de la filosofía.

Yo aquí no quiero defender a Nietzsche, primero porque si lo hago caería en la misma lógica jurídica como González Varela; segundo, porque Nietzsche no necesita a ningún defensor y; tercero, porque en vez de ocuparse con su persona más merece la pena seguir sus pensamientos.

Nietzsche escribe en "Crepúsculo de los Idolos" sobre la Revolución Francesa:

"La farsa sangrienta con que se desarrolló esta revolución, su "inmoralidad", no me afecta: lo que odio es su moralidad al estilo de Rousseau – las tales llamadas "verdades" de la revolución que todavía impactan y convencen todo lo que es llano y mediocre. ¡La doctrina de la igualdad! ... Pero no hay veneno más venenoso: porque parece predicado de la justicia misma mientras que en verdad significa el fin de la justicia ... "

Ahora, para gente como González Varela la igualdad de los hombres significa un valor sin dudas y sin argumentos. Y Nietzsche es un pro-nazi porque la odia.

Vamos a ver qué significa esta igualdad tan elogiada.

Ninguna declaración, ni siquiera en el tan ínfimo Socialismo Real ya perteneciente al pasado dice que todos los hombres son iguales. Eso sería una tontería porque todos somos diferentes, ya sea de aspecto o más allá de los intereses creados, necesidades, deseos, etc. Todas las declaraciones a ese respecto hacen constar que los hombres son iguales ante la ley. Así la idea o doctrina de la igualdad reconoce un poder superior, un monopolio de poder que impone sus leyes a los demás que son los súbditos de la ley. En cuanto se declara la igualdad ante la ley este poder reivindica la obediencia de los súbditos al Estado de Derecho, el reconocimiento de su ser de ciudadano. La declaración de la igualdad es un acto de sujeción real y de sumisión mental.

Pero tiene más implicaciones.

Al vivir en un mundo donde rige la propiedad privada, establecida por las leyes, los que tienen suficiente propiedad pueden invertirla y servirse de los demás que no tienen nada y así tienen que vender su mano de obra. La igualdad ante la ley asegura el enriquecimiento de los ya ricos al detrimento de los ya bastante pobres. Al rico igual como al pobre las leyes le prohíben asentarse en chozas en suelo ajeno, sólo coincide, – que sorpresa! – que el afortunado no necesita cometer ésta infracción legal. La igualdad famosa de ésta manera establece y garantiza la desigualdad económica.

Nietzsche por eso se equivoca en pensar que los conceptos de igualdad y de justicia se contradicen. Al contrario: se necesitan y se complementan.

Mientras el súbdito moderno y convencido reconoce las leyes y su propia sujeción, siempre tiene sus dudas si las leyes vigentes son justificadas y su aplicación corresponde a su propio sentido de justicia. El que no tiene ningún poder de decidir de veras en esos asuntos se imagina como el autor espiritual de un orden justo. Es el espacio donde se mezcla la moral con la política, una dialéctica de sueños de poder y conciencia de impotencia que se desarrolla desde discursos borrachos en bares hasta manifestaciones contra los G8.

Para volver al artículo de González Varela y sus conclusiones: Los "Derechos del Hombre" declaran que cada persona en el planeta es súbdito de un estado. El hombre o es ciudadano o no existe. Es la reivindicación de sumisión global.
Entre los Derechos del Hombre también figura el derecho a la propiedad privada. Estos derechos malditos reivindican y establecen la supremacía de la propiedad sobre los que tienen nada, de los ricos sobre los pobres.

De la "Dignidad de Trabajo" hablan los que no trabajan, preferidamente los que pretenden representar la clase obrera, los impostores sindicales. Mencionan esa dignidad para asegurar sus empleos – basados en la pacificación de los trabajadores que es su responsabilidad ante la patronal. El trabajador en el andamio, en la mina o en la cocina no sabe de esa dignidad y no le trae nada. No le protege contra horas plus, accidentes de trabajo etc.

Es cierto que Nietzsche no era partidario del comunismo u de la clase obrera. Pero González Varela tampoco lo es.

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Este texto mandé a la pagina web de „Rebelión“(www.rebelión.org) en junio de 2008 como aportación, y nunca apareció, ni siquera como carta de lector.

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