El avance del nuevo fascismo en Europa del Este
El surgimiento de grupos de extrema derecha es un fenómeno innegable en toda Europa. Están fracasando todas las ilusiones que los ideólogos del sistema capitalista intentaron a sembrar – con mucho éxito, sin embargo – entre los pueblos: la democracia trae el bienestar, la felicidad, y significa la superación de todos los males: el fascismo, el nacionalismo, y las guerras. Ahora estamos ante una Unión Europea en quiebra, un sistema educativo destinado a generar robots dóciles, una “sociedad de consumo” donde la mayoría de la gente solamente puede consumir endeudándose, viviendas precarias y ruinas de casas sin acabar, y un largo etcétera de callejones sin salida, respecto a la economía, la política, las ideologías fracasadas. Consecuentemente crece el rencor entre los jóvenes hacía las generaciones anteriores que les han llevado a una situación sin perspectivas: sin trabajo, o con un trabajo precario, un estado social en despedida, víveres que enfermizan, y viviendas imposible de pagar. Y muchos de ellos se dirigen hacia organizaciones de derecha. La situación, sin embargo, es todavía más grave en los países post-socialistas.
1. Las precondiciones El cambio de sistema Antes de 1989 los estados socialistas gozaron de una cierta tranquilidad y estabilidad respecto a la vida cotidiana. Todos tenían trabajo, hasta que tenían la obligación de tener un trabajo, vivían talvez hacinados en pisos pequeños pero baratísimos, y casi no había crimen, como robos o hurtos. ¿Para que? Si todos tienen el mismo televisor, el mismo sofá, el mismo coche marca Trabant o Lada o Moscvich – ¿que se iba a ganar con un robo? capitalismo bárbaro. Una vez caídos el Telón de Acero y el Muro de Berlín las economías de los países ex-socialistas se quebraron casi completamente. Las fábricas cerraron, las tierras de las coljosas se repartieron, había una “privatización” de las entidades económicas que a menudo se vendieron por una marca simbólica, o un proceso de emitir “acciones” sin valor que después sirvieron como título de propiedad. De repente aparecieron los sin casa, los niños de la calle; la gente se mataba por baratijas (en Rusia esta temporada después del desmoronamiento de la Unión Soviética se llama “bespredelye” -desenfrenado-). Mientras tanto, en todos los medios de comunicación se presentaron los políticos o unos “expertos” promovidos de las grandes universidades de Occidente quienes explicaron a la población que todo eso era necesario, infelizmente, como consecuencia del sistema fatal que acabaron de liquidar; que eso, por supuesto, era solamente una fase de transición, y si todos aguantaran con buena fe en un par de años iban a cosechar los frutos de su paciencia y entrar en el paraíso de la sociedad de mercado libre, de bienestar y de desenvolvimiento individual. Al mismo tiempo los políticos – ya libremente electos, justificados en su ejercicio de poder – llevaron a su territorio y su pueblo al mercado, igual como un campesino lleva un buey al matadero. Hicieron todo para que los sueldos se quedaran lo más bajo posible y con eso hicieron publicidad antes los compañías de Oeste: ¡Nuestros trabajadores son más baratos que los de Europa de Oeste! ¡Son menos luchadores, aceptan cualquieres condiciones de trabajo! Nuestros recursos naturales: ¡a su disposición! ¡No tenemos grandes expectaciones respecto a la protección del medio ambiente! ¡Venid, empresas, a explotar! Hicieron todo para destruir la estructura de los antiguos sindicatos estatales. A los representantes de sindicato amenazaron de todas formas posibles: con despedirles sin indemnización, llevarlos a los juzgados, y hasta con eliminarles físicamente. En Rumania y Rusia, y otros países sucesores de la Unión Soviética muchos sindicalistas murieron en atentados o accidentes de tráfico. Todo eso se vendió ante el público con la justificación que eran residuos del antiguo sistema que amenazaban la libertad del mercado, la prosperidad del país, y por eso habían de ser reducidos en su actividad lo mejor posible. El fracaso nacional, y la deuda extranjera Con todo eso los estados post-socialistas entraron en una feroz competición por la inversión extranjera. Unos se salvaron de mejor manera, como Chequia, con una gran industria de armamentos, la cercanía a Alemania y una deuda nacional mínima porque en el antiguo sistema la Unión Soviética les prohibió endeudarse, por su posición estratégica. Pero Hungría, Letonia y Rumania estaban a la borde de la quiebra en 2008, tenían que aceptar un régimen de ajuste muy duro y al momento solamente se calla sobre esos países porque otros de la zona euro están en más grandes apuros.
2. La ideología de la derecha: una mezcla de tradiciones malas y mentiras contemporáneas, con aspecto de “movida” y “diversión” Los incontentos jóvenes de los países del Este se alimentan ideológicamente ante todo del nacionalismo: lo malo viene del extranjero, de las instituciones financieras, y de la inversión extranjera. A sabiendas de que sin capital extranjero no pueden existir hacen una distinción muy tradicional: Hay capital bueno que invierte y genera puestos de trabajo, y hay capital malo que solamente quiere sacar provecho. Eso último destruye el país. (La misma distinción hizo Hitler en „Mi lucha“: Lo llamaba el capital “creador” y el capital “acaparador”.) Lo peor, sin embargo, son los “agentes” de este capital dentro del país, que promueven la inversión mala y la justifican. El dibujo es lo mismo en todos los países: Hay buenos patriotas, y otros que venden el país en las rebajas: Los “nuestros” y los “ajenos” que no pertenecen a nuestro pueblo.
3. Diferencias entre países, respecto a los enemigos del pueblo Me voy a restringir a Rusia y Hungría, los países que conozco mejor que otros. En Rusia existen grupúsculos fachas autodenominados BON (borbovaya organisatsiya natsionalistov – organización luchadora de los nacionalistas) que se organizan en células independientes – parecidos a ETA – y se especializan a matar gente migratoria de las antiguas repúblicas de la Unión Soviética, como uzbecos, tadyicos y gente del Cáucaso. Esos grupúsculos son imposibles de infiltrar, según la policía rusa, porque como tarjeta de entrada exigen un atentado u otro acto ilegal. Además, cuentan con cierto apoyo en la población, nada raro en un país que desde hace 15 años padece atentados presuntamente proveniente de las minorías musulmanas y donde ya se han organizado unos pequeños pogromos contra inmigrantes del Cáucaso, o emigrantes de trabajo de Asia Central. En Hungría los enemigos reconocidos son los judíos y los cíngaros. Para la derecha los representantes del capital especulador que arruina Hungría son judíos de Israel y EE UU con inversiones financieras y inmobiliarias. A eso se unen los “judíos” de Hungría que de alguna manera hacen posible esa inversión, o supuestamente colaboran con ellos. Así se abre un amplio espectro de culpables, liberales, comunistas, maricones, intelectuales, todos denominados “judíos”, parecido al punto de vista del bando nacional en España, donde todo, empezando por los liberales, pasando por los masones hasta los anarquistas o vascos se consideraban “rojos”. El segundo grupo de enemigos internos son los cíngaros, quienes en su mayoría viven en una extrema pobreza sobre todo en el este de Hungría, a veces en chabolas. Subsisten de una seguridad social que es demasiado para morir, demasiado poco para vivir, y de robo de leña y víveres. Nadie les quiere dar trabajo. Para los de derecha son parásitos para quienes no hay otra solución que el trabajo forzado. A ellos también añaden los drogadictos, los sin casa, los alcohólicos. A todos ellos consideran basura humana.
4. La incompetencia de la “izquierda” Lo que últimamente me ha llamado la atención es la incompetencia, o tal vez, la ausencia, de cualquier oposición que merezca llamarse así, ante el avance del nuevo fascismo. Los que se declaran antifascistas no saben otra cosa que irse a manifestaciones y quemar unas velas, o poner su firma en un manifiesto contra la nueva derecha, o un llamamiento a las autoridades a prohibir algo. Acabo de organizar y llevar a cabo una conferencia en Budapest sobre la nueva derecha en Europa, junto con dos amigos, un austriaco y un húngaro. A duras penas conseguimos juntar 11 personas, austriacos y húngaros, quienes estaban por lo menos dispuestos de pronunciarse sobre el tema. (Prefiero callarme sobre la calidad de unos de los discursos ...) Mis llamamientos por internet en busca de contribuyentes de otros países cercanos cayeron en saco roto: no recibí ni respuesta. Con la excepción de la Organización de Estudiantes de Austria ninguna institución nos respaldaba materialmente.
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Este artículo apareció en CNT 383 (noviembre 2011).